-Mitch, es imposible que los viejos no envidiemos a los jóvenes. Pero la cuestión es que hay que aceptar quién eres y gozar de ello. Éste es tu momento de tener treinta y tantos. Tuve mi momento de tener treinta y tantos, y ahora es momento de tener setenta y ocho. Tienes que encontrar lo que hay de bueno, de verdadero y de hermoso en tu vida tal como es ahora. Si miras atrás, te vuelves competitivo. Y la edad no es cuestión de competitividad. Suspiró y bajó los ojos, como para ver como se dispersaba su aliento por el aire. -La verdad es que una parte de mí tiene todas las edades. Tengo tres años, tengo cinco años, tengo treinta y siete años, tengo cincuenta años. He pasado por todas estas edades y sé cómo son. Me encanta ser un niño cuando es adecuado ser un niño. Me encanta ser un viejo sabio cuando es adecuado ser un viejo sabio. ¡Piensa todo lo que puedo ser! Tengo todas las edades hasta la mía. ¿Lo entiendes? Asentí con la cabeza. -¿Cómo puedo tener envidia de que estés donde estás… si yo mismo he estado allí?
Martes con mi viejo profesor, Mitch Albom.

